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Vestidos con chalecos beige de campo y amplios sombreros, un grupo de turistas mayores se concentra a las orillas de la reserva del Arroyo Patagonia-Sonoita en el sur de Arizona. Es un brillante día de primavera. A sus espaldas, una pizarra enlista las aves que han visto en lo que va del día: gorrión de corona de oro, mosquero cardenal y colibrí de corona violeta.
La reserva de 353 hectáreas es propiedad de la organización Nature Conservacy y ocupa cerca de un 60% del territorio del pueblo de Patagonia, un destino popular en primavera para los observadores de aves que desean tachar especies de su lista. Típicamente, después de venir aquí se desplazan al Centro de Colibríes Paton, de la Audubon Society. A una milla de distancia, manejada por el Servicio Forestal, se extiende una de las regiones ecológicas más diversas del país.
Con aproximadamente 800 pobladores, Patagonia es el paraíso de ecoturistas y activistas ambientales. Como en muchas comunidades rurales del Oeste, los esfuerzos de conservación han sido impulsados por un grupo de residentes blancos, de edad avanzada y con estabilidad financiera. Hoy las organizaciones locales intentan cambiar esto al acercarse a activistas jóvenes y de diversos grupos étnicos. La sustentabilidad del ambiente, argumentan, depende del compromiso y trabajo duro de estos jóvenes guardianes ambientales.
Sin ellos, lugares como Patagonia envejecerán, perdiendo la resiliencia ecológica y la habilidad de enfrentar retos avasallantes como el cambio climático. Un pequeño grupo de activistas tiene la esperanza de combinar un espíritu tradicional de conservación con el renovado sentido de urgencia que tienen las nuevas generaciones.
A SUS 31 AÑOS, CALEB WEAVER se ve tan joven como los adolescentes con quienes trabaja; una melena color arena enmarca su rostro y sonríe ante casi todo. Hace siete años encontró trabajo en Borderlands Restoration Network, la Red de Restauración Fronteriza, una de las 10 organizaciones ambientales en Patagonia. “Estamos rodeados de naturaleza”, me dijo Weaver en febrero de este año en las oficinas de Borderlands. La construcción se levanta en la cima de una loma borrascosa que mira sobre las montañas de Santa Rita y Patagonia. “Hay tantas clases de gente aquí que, a lo largo del tiempo, han apartado tierras para el mundo natural”.
Weaver se unió a una estrecha comunidad de activistas hippies creada originalmente en los 60s para oponerse a la minería de plata, cobre y zinc, y promover la restauración ecológica. El fundador de Borderlands, Ron Pulliam de 75 años, es un distinguido ecólogo que sirvió como asesor científico en el Departamento de Interior del expresidente Bill Clinton.
“Es difícil llenar sus zapatos”, dice Weaver. “Estas personas han construido los cimientos de lo que estamos haciendo; son responsables por el movimiento de reciclaje, la creación de la Agencia de Protección Ambiental”.
Weaver espera tomar la pasión que aquella generación tiene por la conservación y sembrarla a través de etnicidad, edad y clase. En Borderlands, dirige el Instituto Juvenil del Cuidado a la Tierra, que enseña a los adolescentes que la restauración de paisaje se puede traducir en conservación, un modo de vida más sostenible y en trabajos que pagan al menos $300 a la semana. Todo esto alimenta la resiliencia de Patagonia, su habilidad de afrontar retos a futuro.
“Algunas personas (jóvenes) son del tipo ‘Oh, ¡realmente amo la naturaleza!’”, dice Weaver. “Otras son más del estilo, ‘Realmente necesito un cheque’. En mi opinión es importante involucrar a ambos lados de la comunidad, sobre todo si queremos ayudar a modernizar el cambio”.
Casi la mitad de la población de Patagonia es latina y habla español. Tradicionalmente los latinos encontraban trabajo en minas y rancherías cercanas o salían del pueblo para encontrar oportunidades en otro lado. “No creo que haya muchos obstáculos que inhiban la participación de la comunidad hispana”, me dice German Quiroga, líder local veterano y jubilado de 68 años que dirige el Museo de Patagonia. “Quizá la seguridad de empleo tenga que ver más con si estás a favor o en contra de las minas”. Debido a los cambios demográficos, grupos como Borderlands buscan involucrar a gente más joven que eventualmente tomará las riendas.
Anna Schlaht, alta, delgada y con el estoicismo callado de alguien con más décadas que sus 27 años, es un buen ejemplo. Schlaht reside en el pueblo fronterizo de Bisbee, y divide su tiempo entre su casa, Tucson y Patagonia, trabajando a menudo desde cafeterías, como lo hizo el día de primavera en el que nos encontramos, con laptop y celular en mano. Aprecia tener la libertad de trabajar de manera remota, usando su conocimiento de marketing y comunicaciones para servir a la Alianza del Área de Recursos de Patagonia, o PARA; un grupo ciudadano que monitorea la industria minera en el sur de Arizona.
“(La mesa directiva de PARA) me dijo, ‘Sigue haciendo lo que haces para que nosotros nos podamos enfocar en las cosas en las que somos buenos y que las generaciones más viejas poseen”, dice Schlaht, citando a Glen Goodwin, un miembro directivo de PARA. Goodwin, que creció en un rancho de Patagonia, entró al activismo hace dos décadas como observador de incendios para el Servicio Forestal en las cercanías de la Montaña Roja. “Me tocó ver el legado de la minería en Patagonia y en mi creció la preocupación de lo que quedó de nuestros ecosistemas y cuencas”.
Hace veinte años, dice Goodwin, ninguna persona joven hubiera querido trabajar para una organización local sin fines de lucro. Pero ahora el pueblo necesita que la gente joven se involucre, creando nuevas redes y animando a otros a quedarse y ver aquí un futuro hogar. “Una vez que se inicia un núcleo”, dice, “sólo atrae más gente a su centro”.
Nota del editor: “Esta historia ha sido revisada para clarificar el rol de Glen Goodwin en PARA”.
Ruxandra Guidi es editora colaboradora de High Country News. Ella escribe desde Tucson, Arizona. Puede enviarle un correo electrónico a ruxandrag@hcn.org o envíe una carta al editor.
Este artículo fue traducido por Clara Migoya, una reportera bilingüe y científica ambiental. Estudia una maestría doble en Periodismo y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Arizona. Follow @claramigoya